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“Somos 600 familias de cuatro provincias produciendo y exportando miel orgánica”

“Somos 600 familias de cuatro provincias produciendo y exportando miel orgánica”

Un discurso de Irene de la Silva en el espacio encUEntros de la Unión Europea Argentina se llevó todos los aplausos en 2024. La santiagueña, psicopedagoga y educadora popular, fue convocada para dar testimonio de la producción de miel en la cooperativa Coopsol dentro de la red de cadena de valor llamada “Wayra” (viento, en quichua).

Hace 20 años comenzó allí su carrera para convertirse en la experta que es hoy en formación de liderazgos en producción sustentable, y en coordinadora de Finanzas Inclusivas y negocios verdes de la organización. Su crecimiento profesional fue de la mano con esta unión de trabajo en la que participan unas 600 familias de Santiago del Estero, Salta, Jujuy, Chaco.

Lograron producir miel orgánica y venderla al exterior. Y aunque ese sea lo más llamativo en términos de economía y productividad, lo más valioso es el modo en que llegaron a la meta: preservando el monte. Fue todo un aprendizaje, según cuenta la profesional oriunda de Atamisqui, de donde fue desarraigada en su juventud por la amenaza permanente de que allí “no había futuro”.

Sin embargo, su pago en el Chaco seco la esperó, como si tuvieran cuentas pendientes.

Abejas, la alternativa

Irene resumió muy bien lo que ocurre en el norte argentino. “En ese gran Chaco lo que encontramos son actividades extractivas: ganadería vacuna y, por supuesto, ganadería caprina. Pero resulta que agricultura no se podía realizar por la falta de agua. Lo que nos quedaba eran las actividades forestales de tipo extractivo. Y es ahí donde comienza la degradación de nuestro ecosistema”.

Y no olvidó mencionar la sobrexplotación del quebracho colorado santiagueño del que hoy solo quedan “tocones muertos en el suelo”. El panorama así era desolador y ella lo explicó más poéticamente:

“Frente a este escenario y, hablando ecológicamente de nuestra casa común, que debería tener nuestros proyectos de vida, nuestros sueños, proyectos familiares, comienza a ser un lugar incómodo para vivir. La gente empieza a sentir que ahí ya no había una posibilidad y las familias campesinas exclamabas que el monte ya no les daba nada. Quedaban dos opciones: o me voy del pago o me quedo viendo cómo mi hogar pierde vitalidad, resistiendo el amor y el apego a ese terruño, con perspectivas de seguir soñando con un futuro mejor”.

Sin embargo, no estaba todo perdido, porque “ese Chaco seco, con personalidad propia, tenía una tercera opción bajo la manga”. “Pero para que esa opción se revele, teníamos que cambiar la pregunta”, advertía.

Pensaban qué podían ofrecer al monte “para que el monte nos devuelva vida”. “Ya no qué le sacamos, sino qué valor le agregamos. Ese monte seco, gris, podía ser un gran conciliador. Teníamos que pensar la realidad desde una perspectiva biocultural. Poder conciliar el monte con la gente; el desarrollo local con la identidad campesina. Y fue ahí justamente, donde florecieron las opciones, de la mano de las abejas”, decía para presentar a las verdaderas protagonistas de Coopsol.

Cuando vieron que podían colaborar con la vida de las “profesionales” en la producción de miel entendieron que la cooperativa necesitaba “un modelo de negocio apícola”.

Las lecciones tras los zumbidos

La psicopedagoga atamisqueña aprendió mucho de apicultura, de las abejas y de por qué su trabajo es tan efectivo. “Las abejas son seres sociales, trabajan en equipo. Existen hace 80 millones de años. Han sobrevivido todas las glaciaciones”, recordaba a todos durante su discurso.

Además de su supervivencia, destacaba su capacidad para garantizar la producción alimenticia, ya que “la tercera parte de lo que comemos es gracias a ellas”. Pues, “el 70% de los cultivos es gracias a su acción polinizadora”. El panorama empezó a cambiar por completo cuando entraron en escena o por fin se corrió la vista hacia las abejas.

“Teníamos todas las oportunidades ahí”, expresaba Irene sobre el momento en que Coopsol comenzó a diseñar su cadena de valor. Se expandieron “en puntas de pie”, sin chocar ni rozar nada. Mientras las abejas tuvieran su ecosistema, nada podía parar su labor. Los resultados no tardaron en llegar.

Con mucho orgullo, la educadora contaba: “Hoy somos 600 familias que trabajamos en cuatro provincias: Salta, Jujuy, Chaco, Santiago del Estero, produciendo y exportando miel orgánica”. Lo de “orgánico” se añade en base a las buenas prácticas de la cooperativa, en tanto “respeta la sanidad humana y la sanidad animal; pero sobre todo, la calidad del medioambiente. Es un equilibrio perfecto”.

Una miel atamisqueña

Pero esos no son todos los atributos que ostentas la abejas. Para Irene, “lo más maravilloso que tienen” es su capacidad para “copiar las características de cada flor que tocan. Así es como lograron tener varios tipos de miel, y una local, por supuesto.

“¿Qué hizo la abeja? visitó el arbusto de Atamisqui, tomó las propiedades y nos regaló miel de Atamisqui. Y teenemos miel de palo santo, miel de citrus…”, solo por nombrar algunas.

Como referente de Coopsol, Irene de la Silva no se cansa de destacar el trabajo de las abejas, convencida de que podrían inspirar “a un mundo mucho mejor”.